El Corcho

Si hay un elemento que identifique a Los Alcornocales es el corcho, la piel del alcornoque. El corcho es conocido desde la Antigüedad, y romanos, griegos, egipcios y fenicios lo usaron ocasionalmente, como tapones para ánforas, frascos y urnas funerarias, como útiles del hogar o flotadores. Pero fue en el siglo XVII cuando el corcho se convirtió en el gran aliado del vino.

Un día del año 1670, el hermano Pierre Perignon oyó la explosión de una botella de vino en la bodega. Se acercó, probó el vino derramado y gritó a sus ayudantes: «Venid, deprisa, estoy bebiendo estrellas». Había descubierto el champán.
Pero tenía que resolver dos problemas: conservar las burbujas y evitar que la botella explotara. Hasta ese momento las botellas eran de un cristal fino de baja calidad que se taponaban con un taco de madera cubierto de esparto aceitado.

Tras años de pruebas, y con suerte, logró encontrar un vidrio inglés adecuado. El problema del tapón lo resolvió tras descubrir un nuevo tipo de tapón, de corcho, que vio en la cantimplora de unos peregrinos procedentes de San Feliu de Guixols. Perignon utilizó grandes tapones de corcho hervidos que, aún calientes, colocaba en la botella y sujetaba con alambres. Al enfriarse, el corcho recuperaba su volumen normal y cerraba la botella herméticamente.

La demanda de corcho aumentó y Francia comenzó a importarlo desde España. Desde 1830 se comenzó a explotar el corcho en Los Alcornocales y en 1889 se creó la primera fábrica de corcho en La Línea de la Concepción.

La casa Moet & Chandon dio el nombre de Dom Perignon a su famoso champán en su honor. El precio de una botella oscila entre 166 y 547 euros. Es posible que su tapón haya nacido en Los Barrios.

En la actualidad, el corcho se utiliza principalmente para la elaboración de tapones y como aislante. El uso por los romanos del corcho es bien conocido, y ya lo utilizaban como tapones de las ánforas que contenían vino, aceite o garum, una pasta hecha a base de vísceras de pescado y especias que se dejaba macerar, un manjar muy apreciado en el Imperio romano.

Podemos afirmar, casi sin equivocarnos, que en las villas romanas de Ringo Rango y de la Venta del Carmen de Los Barrios, las ánforas que se fabricaban en sus alfares salían llenas de estas preciadas mercancías camino al resto del imperio con el corcho extraído de estos montes.

Además, el corcho se ha utilizado para la elaboración de colmenas de abeja, calzado (suela, tacones), uso industrial (como aislante, tubos de calefacción), o industria textil. Seguramente ahora mismo llevaremos corcho en los materiales utilizados en la fabricación de las carteras o bolsos; utensilios domésticos como fiambreras, cucharas, o maceteros.

En la casa de la morisca, sede la Asociación de Cucarrete, antigua aldea, se encuentran algunos de utensilios hechos en corcho, e incluso pequeñas bañeras realizadas en corcho destinadas a lavar a los recién nacidos y bebes.

También fue utilizado en la industria naval, cuando se produjo el Gran Asedio de Gibraltar, entre los años 1779 y 1783. El almirante Antonio Barceló ideó un plan de ataque para bombardear los navíos ingleses que llegaban para abastecer a la plaza. Los ataques se llevarían a cabo por «lanchas cañoneras», embarcaciones de pequeño tamaño. Su eslora era de 17 metros, tenían 14 remos por banda y un cañón a proa de 24 pulgadas. Estas lanchas, por su pequeño tamaño, eran muy difíciles de derribar y podían acercarse más rápido a los buques enemigos. Los cañones y la munición llegaban a Palmones por caminos cargados en carretas tiradas por bueyes procedente de la Real Fábrica de Artillería de Jimena.

También se utilizó el puerto de Palmones como almacenamiento y embarque de las balas y bombas, destinadas al Gran Sitio de Gibraltar y también a las colonias americanas. Además, para la fabricación de estos «barcos chatos», se construyó un astillero en la desembocadura del río Palmones. La madera y el corcho con el que estaban construidos y forrados se obtenían de los bosques de los montes de Los Barrios.

El descorche

Con la llegada de los calores de mayo, en los pueblos de los Alcornocales se agrupan las cuadrillas, se arreglan los aparejos y se tratan las vituallas. Va a comenzar la temporada de descorche o saca del corcho.

A principios de junio las cuadrillas de quince a treinta y tantos operarios se ponen en marcha y recorren Los Alcornocales hasta encontrar la ubicación adecuada para el jato corchero, que queda a cuidado del cocinero y su pinche, y el aguaor, que va y viene cargando agua. Mientras, la cuadrilla coge la verea y se dispone a meter mano en la arboleda.

El capataz o manijero conduce la operación y organiza la saca, decidiendo los tajos de cada día, cuidando del rendimiento.Los hachas o sacaores se distribuyen en parejas o colleras, compuestas por experimentados sacaores a los que acompañan algunos novicios para que vayan aprendiendo el talento corchero.

Los maestros le entran al árbol, trepando hasta las ramas altas, con el hacha corchera, de delgada afilada hoja y con mango terminado en bisel.
Para abrir el corcho buscan las fisuras que se producen en él, y van conformando los hilos verticales con destreza de cirujano. Después trazan los cortes horizontales a la vez que van separando el corcho.

Una vez compuesto el recorte de la pana, el sacador la ahueca, golpeándola con la cabeza del hacha, y la disloca con la paletilla del mango o con la ayuda de la jurga cuando la pana es más larga o está alta.

Para finalizar, recorta con cuidado los cuellos y las zapatas, dejando las panas lo más recogidas posible para ayudar al arrecogeor en su trabajo. Entonces interviene el rajador, que raja las panas demasiado grandes para igualar los tamaños y facilitar su aprovechamiento en fábrica.

El arrecogeor, uno cada dos o tres colleras, carga las panas y las apila en una zona de buen acceso para la arriería. Los arrieros, con sus cantos y bestias cargan los fardos en los pacientes mulos. Más de 200 kilos por animal, que deben arriostrar perfectamente para que no moleste al animal y se mantenga equilibrada y sin caerse en el recorrido por las agrestes vereas.

Los mulos llegan al patio, donde esperan el pesaor y el apuntador, que desatan la carga aliviando a las bestias. Luego pesan la carga en la cabria, un trípode de madera o hierro con una romana y plato. Los fieles, personas de confianza de la propiedad y del comprador, supervisan esta operación para garantizar la exactitud de la producción y el pesaje.

Una vez hechas y apuntadas las pesadas, los operarios del patio apilan las panas. Sólo queda que llegue el camión para que los cargaores construyan esos espectaculares apilados de corcho en las bateas y los vehículos salgan en dirección a las fábricas.

Arriería

Los arrieros eran los transportistas de una época en la que no había carreteras. A lomos de mulos, burros y caballos, atravesaban montes, vereas, riscos y angosturas para llevar a los pueblos los artículos de primera necesidad.

El aparejo es la vestidura del lomo de la bestia, una prenda muy vistosa y colorista, que se compone de varias piezas: jáquima, albardón, anija, sobreharma, ataharre, mandicañera, harma, cubierta, cincha. El aparejo protegía al animal del frío y de los roces que la carga le pudiera ocasionar.

La colocación de la carga en el lomo de la bestia era un arte que ejecuta el talabartero, quien con su aguja, el hilo, el lienzo y la paga, conseguía que la carga no se moviera y quedara bien ajustada al cuerpo del animal, que bien lo agradecía. También el herrador tenia que emplear su arte para herrar los cascos de los animales y que no sufrieran tan largas caminatas.

El oficio de arriero requería un concienzudo conocimiento del medio geográfico, de los mejores trazados para llegar a cada sitio. Pero además, un buen arriero debía saber de la anatomía y enfermedades de sus animales si quería mantenerlos en buen estado. Precisaba conocer las medicinas que la naturaleza le proporcionaba y saber curar con unturas y cataplasmas sus dolencias y mataduras.

En la arriería se rememoran historias y anécdotas de caminatas extenuantes por veredas de herradura, de encuentros con ladrones, pasos de aguas, subidas y bajadas por precipicios peligrosos y barrancas inaccesibles, pero también de jaranas nocturnas en posadas y ventorrillos, de ferias y mercados que eran una fiesta.